Una vez hubo dos hermanos que vivían en una aldea, y uno de ellos era muy, pero muy rico, mientras el otro era extremadamente pobre. El rico tenía todo tipo de bienes en abundancia, mientras el pobre, lo único que tenía en abundancia eran hijos.
Un día, en tiempo de cosecha, el pobre dejó en casa a su esposa y fue a cosechar en su diminuta parcela de grano, pero el Viento vino y le tumbó todo el maíz, hasta el último grano. El pobre hombre entró en una profunda cólera, diciendo: “Ve pues qué pasó, iré a buscar al Viento y le contaré con qué sufrimuento y qué problemas tuve para cultivar y llevar a la madurez mi maíz y, entonces, ¡en verdad! A ver si viene y me lo tumba de nuevo “.

Entonces el hombre regresó a casa y se alistó para irse y, mientras eso hacía, su esposa le preguntó, “¿A dónde vas, esposo?” –
— “Voy a buscar al Viento”, dijo él, “¿qué tienes que decir sobre eso?”
– “Yo diría que no hagas tal cosa”, respondió su esposa, “Tu ya conoces el dicho de ‘Si vosotros queréis encontrar al Viento, debéis buscarlo en las abiertas estepas. Él puede ir en varias direccones y tú sólo en una” Piensa en eso, querido esposo, y desiste de ir”.
–“Debo ir”, respondió el hombre, “y si no lo hallo, nunca regresaré a casa “.
Entonces agarró camino, dejando a su esposa e hijos, y se fue directo al mundo para buscar al Viento en las amplias estepas.
Caminó lejos, y más lejos, hasta que se encontró frente a sí un gran bosque, y en el borde de dicho bosque descubrió una choza con patas de pollo. (Enlace a ‘Baba Yahá’). El hombre entró a esa casa y se llenó de asombro, pues en el piso yacía un enorme, muy grande anciano, tan gris como la leche. Yacía alli, estirado a toda su longitud, con un brazo o un pie en cada una de las esquinas de la casa, y su cabello en un extremo. No era otro que el mismo Viento. El hombre quedó atónito mirando al anciano, pues nunca en su vida había visto tal cosa.
– “¡Que Dios esté con Usted, querido Padre!”, exclamó.
-“¡Que con Usted esté, buen hombre!”, dijo el gigantesco anciano, mientras continuaba echado sobre el suelo de la casa. Entonces le preguntó de una forma muy amigable,
-“¿Por qué razón lo ha traido a Usted Dios por aquí, buen hombre?”
-“Ando por el ancho mundo en busca del Viento”, dijo el hombre. “Si lo logro hallar, regresaré; pero si no lo encuentro, continuaré hasta que lo haga”.
–“¿Y que quiere Usted con el Viento?”, preguntó el gigante que yacía sobre el piso. “¿O qué le ha hecho él a Usted, para que Usted lo ande buscando con tanto empeño?”.
–“¿Que de malo me ha hecho?” exclamó el viajero. “¡Escúcheme ahora, O anciano, y le contaré! Yo fui directo de mi casa al campo, para cosechar mi pequeña parcela de maíz; pero cuando comencé a trabajar, el viento vino y se llevó cada grano, en un pestañeo, de forma que no quedó ni uno sólo. Ahora entonces, Usted debe ver, anciano, por lo que debo agradecerle. Dígame, en el Nombre de Dios, ¿porqué deben suceder tales cosas? Mi pequeño campo de maiz lo era todo para mi, y con el sudor de mis cejas lo llevé a ese punto; pero el viento vino y se lo llevó, y no quedó ni un rastro de mi cosecha en todo el mundo. Entonces pensé para mi mismo ‘¿Porqué habrá hecho él esto?’ Y luego dije a mi esposa ‘Iré a buscar al Viento, y le diré que otra vez no vaya a visitar al pobre con una pequeña tierra de maíz, y que no se lo tumbe todo, pues de amarga forma se arrepentirá ‘”
–“¡Bien, hijo mío!” dijo el gigante tirado en el suelo. “Tendré más cuidado en el futuro; en el futuro no volaré el maíz de un pobre. Pero, buen hombre, no hay necesidad que Usted busque al viento en las amplias estepas, pues yo mismo soy el Viento”.
-“Entonces, si Usted es el viento”, dijo el hombre, “regréseme mi maiz”.
-“No,” dijo el gigante, “no se puede regresar a un muerto de la tumba. Pero, viendo tanto perjuicio que le he a Usted hecho, le daré ahora este saco, buen hombre, para que se lo lleve a casa con Usted. Y cuando quiera que Usted quiera una comida, diga ‘Saco, saco ¡dame de carne y de beber!’ e inmediatamente Usted será saciado tanto de comida como de bebida; emtonces ahora tiene Usted los medios para reconfortar a su esposa e hijos.”
Entonces el hombre se llenó de gratitud. “¡Yo le agradezco, Oh viento!” mencionó, “por su cortesía al darme ese saco que me proveerá de comida y bebida sin el problema de trabajar por ello”.
–“Para un chiflado perezoso, ’habrá doble bendición,” dijo el viento. “Vaya Usted a casa, pero mire, no entre a ninguna taberna de camino. Yo lo sabré si lo hace.”
–“No,” dijo el hombre, “no lo haré.” Y agarró camino, despidiéndose del Viento y regresando a casa.

No había ido muy lejos, cuando pasó frente a una taberna, y sintió un ardiente deseo de saber si el Viento le había dicho la verdad con respecto al saco.
– “¿Cómo puede un hombre pasar frente a una taberna y no entrar?” pensó él “Entraré, haré lo que me plazca. El Viento no lo sabrá, pues no me puede ver.”
Entonces entró a la taberna y colgó su saco de un perchero. El Judío encargado de la taberna, de inmediato le dijo:
– “¿Qué quiere Usted, buen hombre?”–
–“¿Y a Usted qué le importa, perro?” dijo el hombre
–“Vosotros sois todos iguales,” comentó con desprecio el judío, “tomáis lo que podéis y luego no pagais.”–
–“¿Piensa Usted que quiero comprarle algo?” refunfuñó el hombre; luego, volteándose enojado hacia el saco, dijo, “¡Saco, saco, dame carne y de beber!”
Inmediatamente se cubrió la mesa de toda clase de carnes y licores. Y todos los judíos en la taberna se amontonaron en torno a la maravilla, llenos de asombro, y realizaron todo tipo de preguntas.
“¿Porqué?¿Qué es esto, buen hombre?”, dijeron todos; “¡Nunca antes hemos visto nada como esto!”.
–“¡No hagáis preguntas, ye malditos judíos!” exclamó el hombre, “pero sentaos a comer, pues hay de sobra para todos.”
Entonces los judíos y las judías se sentaron a la mesa a comer y beber hasta que les salía por las orejas; y bebieron por la salud del hombre en grandes picheles, vinos de cada clase, y dijeron:
– “Beba, buen hombre, y no escatime, y cuando ya haya saciado su sed, quédese con nosotros esta noche. Alistaremos una cama para Usted. Nadie lo molestará. Venga, beba y coma todo lo que su alma desee.”
Entonces los judios lo halagaban con lengua del diablo, y casi le ponían las jarras repletas de vino en los labios.
El simple tipo no percibió la malicia y astucia, y se emborrachó tanto que no podía moverse ya de ese lugar, ni tomó la habitación que le ofrecían, sino que quedó ahi mismo. Entonces los judíos cambiaron su saco por otro igual, que colgaron del perchero, y luego despertaron al hombre.
“¡Oiga, amigo!” exclamaron ellos; “levántese, es hora de ir a casa.¿Que no ve la luz del día?”
El hombre se levantó y rascó la parte de atrás de su cabeza, pues no se sentía dispuesto a partir. ¿Pero qué mas podía hacer? Entonces se colocó el saco al hombro; el saco que colgaba del perchero, y partió de regreso a su casa.
Cuando arribó a casa, exclamó: “¡Abre la puerta, mujer!” Entonces su esposa abrió la puerta, y él entró y directo fue a cogar su saco en el perchero, y dijo:
“Siéntate a la mesa, querida esposa, y vosotros niños sentaos también. Ahora, ¡Gracias a Dios! Tendremos suficiente para comer y para beber, y para guardar.”
La mujer volteó a ver a su esposo, y sonrió. Pensaba que él estaba loco, pero se sentó, y los niños ardededor de ella, y esperó a ver qué hacía su esposo a continuación. Entonces el hombre dijo, “Saco, saco, ¡danos carne y de beber!”, pero el saco guardó silencio. Entonces dijo de nuevo, “Saco, saco, ¡Dale a mis niños algo de comer!”, y el saco aún quedó en silencio. Entonces el hombre entro en una violenta cólera. “Tu me diste algo en la taberna”, exclamó, “y ahora te llamo en vano. No me das nada, y no me escuchas”, y, levantándose de su asiento, tomó un mazo y comenzó a dar de golpes al saco hasta que le abrió un agujero a la pared detrás. Luego se preparó para ir a buscar de nuevo al viento. Pero su esposa permaneció en casa y arregló todo el desastre, tratando a su esposo como a un hombre que perdió la cabeza.
El hombre fue con el Viento, y le dijo, “Hola a Usted, ¡Oh, Viento!”.
-“Saludos a Usted, ¡Oh hombre!”, respondió el viento. Luego preguntó,
– “¿Por qué razón ha Usted venido por acá, Oh Hombre? ¿No le dí a Usted un saco? ¿Qué mas quiere Usted?”–
–“¡Bonito saco, por cierto!” respondió el hombre; “ese su saco ha sido la causa de muchos enojos míos y de los míos”.
– “¿Qué problemas le ha causado a Usted?”.
–“Porqué, escucha, anciano padre, le diré lo que ha hecho. No me ha dado nada de comer y de beber, de forma que lo comencé a golpear e incluso la pared abrí un agujero.¿Ahora qué haré para reparar mi loca casa? Deme Usted algo, anciano padre”.
–Pero el viento respondió, “No, hombre, lo debes hacer sin mi ayuda. Los tontos ni se pueden sembrar ni se pueden cosechar, sino que se buscan sus propias desgracias – ¿no has ido a la taberna?”.
–“No he ido”, respondió el hombre.
–“¿Que no has ido? ¿Porqué mientes?”–
–“Bien, ¿Y qué si mentí?”, dijo el hombre; “si sufres daño por tu propia culpa, muérdete la lengua, eso es lo que digo. Pero sigue siendo culpa de tu saco que me ha convencido el demonio. Si sólo me hubiese dado de comer y de beber, no hubiese venido a Usted.”
A este punto el viento se rascó un poco la cabeza, pero luego dijo, “¡Bien entonces, hombre! Tengo un pequeño carnero para Usted, y cuando quiera que Usted le diga ‘¡Carnerito, carnerito, saca dinerito!’ y sacará tanto dinero como Usted quiera. Solo tenga esto en la mente: no entre a ninguna taberna, o yo lo sabré; pues si Usted lo hace, y viene a mi por tercera vez, le daré motivos para recordarme por siempre.”
–“Bien,” dijo el hombre, “no entraré”.
–Entonces se llevó el carnerito, agradeció al Viento, y tomó camino a casa.
Entonces el hombre iba por el camino, halando al carnerito con una cuerda, y llegaron a una taberna, la misma en la que había estado antes, y de nuevo un fuerte deseo lo obligó a pasar. Pero quedó parado frente a la puerta, pensando en si debía o no debía entrar, y también que quería averiguar la verdad acerca del pequeño carnero. “Bien, bien”, dijo finalmente, “Entraré, solo que esta vez no me emborracharé.” “Beberé solo una copa y luego iré a casa”.
Entonces entró en la taberna, arrastrando al carnerito tras él, pues temía dejarlo ir.
Ahora, cuando los judíos que estaban dentro vieron al carnerito, comenzaron a pegar chillidos, y dijeron: “¡En qué piensas, Hombre! ¿Porqué traes a ese pequeño carnero dentro de esta habitacion?, ¿No hay establos allá afuera donde lo puedas dejar?” –
–“¡Sosteneos las lenguas, desgraciados infelices!” replicó el hombre; “¿Que va a pasar con vosotros? No es un tipo de carnero con el que vosotros. No es el tipo de carnero con el que los tipos comunes están acostumbrados a tratar. Y si no me creéis, colocad una tela en el piso y veráis algo, os lo garantizo”.
–Entonces dijo, “Carnerito, carnerito, ¡Saca dinerito!” Y el carnerito comenzó a sacar tanto dinero, que parecía crecer, y los judíos chillaban como demonios.
–“¡Hombre, hombre!” dijeron, “ un carnero como este no habíamos visto jamás. ¡Véndenoslo! Te daremos una gran cantidad de dinero por él.”
–“Podréis conservar vuestro dinero, malditos”, exclamó el hombre, “pero no pretendo vender mi carnero”.
Entonces los judíos recogieron su dinero, pero colocaron frente a él una mesa repleta con todos los platos que el corazón de un hombre pueda desear, y le rogaron que tomara asiento y se relajara, y dijeron en lengua judía, “Aunque te pongas un poco alegre, no te emborraches, pues sabes cómo la bebida juega con la razón del hombre.”–
–El hombre se maravilló por la corrección de los judíos en advertirle contra la bebida y, olvidando todo lo demás, se sentó a la mesa y comenzó a beber tarro tras tarro de aguamiel, y hablar con los judíos, sin perder de vista a su carnerito. Pero los judíos lo emborracharon, y lo llevaron a la cama, e intercambiaron al carnero; el suyo se lo llevaron, y pusieron en su lugar uno exactamente igual.
Cuando el hombre se despertó de su borrachera, se arregló y se fue, llevando el carnero consigo, luego de despedirse de los judíos. Cuando llegó a su casa, halló a su esposa en la puerta y, al momento de verlo aproximarse, entró ella a la casa y gritó a sus hijos, “¡Venid, niños, apuraos!, pues papá esta llegando, y trae un carnerito con él; ¡levantaos, y venid pronto!. Un mal año de estarlo esperando ha sido difícil para mi, pero finalmente ha llegado”.
El esposo llegó a la puerta y dijo, “¡Abre la puerta, pequeña esposa, he dicho!”.
La esposa respondió, “No eres un hombre noble, por lo que abre la puerta tu mismo. ¿Porqué te emborrachas tanto que no puedes ni abrir tu puerta? Es un mal tiempo el que paso contigo. Aqui me quedo esperando con todos estos niños, y tú sólo te vas a beber.”
Entonces la esposa abrió la puerta, y el esposo entró a la casa y dijo, “¡Buena salud para ti, querida esposa!”,
Pero la esposa contestó, “¿Porqué traes ese carnero adentro de la casa, no puede estar fuera de los muros?”,
–“¡Mujer, mujer!” dijo el hombre, “habla pero no grites. Ahora tendremos toda clase de cosas buenas, y los niños también gozarán de ello.”
-“¡Qué!”, dijo la mujer, “¿Qué de bueno podemos obtener del miserable carnero? ¿En donde hallaremos dinero para comprarle comida? ¿Porqué si no tenemos nada para nosotros, nos traes además un carnero? ¡Tonto y sin sentido! He dicho”.
–“Silencio, mujer”, respondió; “este carnero no es como los otros carneros, te he dicho.”
–“¿De qué clase es entonces?, preguntó la esposa.
–“No estés haciendo preguntas. Mejor coloca una tela en el suelo y mantén tus ojos bien abiertos.”
–“¿Para qué poner una tela en el suelo?” Preguntó la señora
–“¿Porqué?” chilló el hombre, rabioso; “has lo que te digo y sostente la lengua.”
Pero la esposa dijo, “¡Ey, ey!, ya he tenido suficiente de esto. No haces nada, sino venir a casa a hablar tonterías, y traes sacos y carneros contigo, y derribarás nuestra chocita!”
A este punto, el esposo no pudo controlar su furia, y entonces le chilló al carnero, “Carnerito carnerito, ¡saca dinerito!”, pero el carnero sólo se quedó alli, viéndolo. Entonces gritó de nuevo, “¡Carnerito, carnerito, saca dinerito!”, pero tres veces, el carnero no hizo nada.
Entonces, en una terrible rabia, el hombre tomó un medazo de madera y atesto un fuerte golpe en la cabeza del carnero, y el pobre carnero solamente emitió un lastimero “¡baaa!”, y cayó muerto a tierra.
El hombre estaba muy ofendido, diciendo, “Iré con el Viento nuevamente, y le diré que me ha querido ver cara de tonto”. Entonces tomó su sombrero y partió, dejando todo tras de si. Y la pobre esposa quedó arreglando todo, y se quejó por su esposo.
De esta manera, el hombre llegó a donde el Viento por tercera vez, y dijo, “¿Me puede Usted decir si en realidad es el viento o no?”
–“¿Qué sucede con Usted?” preguntó el viento.–
–“Le diré a Usted qué es lo que me sucede”, dijo enojado el hombre, “¿Porqué se continúa Usted riendo y burlando de mi y haciéndome ver como tonto?”.
–“¡Me río de Usted! ” reaccionó el anciano padre estrepitosamente, quien yacía en el piso de la jata, volteando la cabeza para escuchar con el otro oído, “¿Porqué no se atiene Usted a las órdenes que le doy? ¿Porqué no me escucha Usted cuando le digo que no vaya a la taberna, eh?”–
–“¿A qué taberna se refiere Usted?” preguntó orgulloso el hombre; “Sobre el saco y el carnero que Usted me ha dado, sólo fueron una decepción; ¡deme algo más!”.
–“¿Qué sentido tiene que le dé algo a Usted?” dijo el Viento; “Usted lo lleva todo a la taberna. ¡Salid del tambor, mis doce secuaces” exclamó el Viento, “y solamente dad a este borracho una buena lección que mantenga seca su garganta y aprenda a escuchar a sus mayores!”
–Inmediatamente doce secuaces salieron del tambor, y comenzaron a dar al hombre una buena paliza. Entonces el hombre vio que no estaban bromeando, y rogó por misericordia. “Querido anciano padre,” lloró, “tenga Usted misericordia, y permítame irme vivo de aquí. No vendré a Usted de nuevo, sino que esperaré al Día del Juicio Final, y haré todo a Su requerimiento “.
–“¡Regresad al tambor, mis secuaces!”, ordenó el viento.
–“¡Y ahora, Oh hombre! ” dijo el hombre, “Usted deberá tener este tambor con mis doce secuaces, y deberá ir con los malditos judíos, y si ellos no le devuelven su saco y su carnero, Usted sabrá qué decir.”
El hombre agradeció al Viento por este buen consejo, y siguió su camino. Llegó al albergue, y cuando los judíos vieron que no llevaba nada especial con él, le dijeron, “¡Escuche, Hombre! No entre aquí, pues ya no tenemos licor.”–
–“¿Porqué iba yo a querer vuestro licor?” dijo furioso el hombre.–
–“¿Entonces por qué más puede estar viniendo Usted aqui?”–
–“He regresado por lo mio.”–
–“Lo suyo,” dijeron los judios; “¿a qué se refiere?”–
–“¿Que a qué me refiero?” rugió el hombre; “¿por qué?, ¡pues por mi saco y mi carnero, que me debéis devolver ahora mismo! ”–
–“¿Qué carnero? ¿Qué saco?” dijeron los judíos; “Eso Usted mismo se lo ha llevado.”–
–“Si, pero vosotros me lo habéis cambiado,” dijo el hombre.–
–“¿A qué se refiere usted con ‘cambiado’?” lloraron los judíos; “iremos ahora frente al magistrado, y Usted sabrá de esto.”–
–“Tendréis un mal momento si váis frente al magistrado”, dijo el hombre, “pero a toda costa, dadme mi propiedad.” Y se sentó en una banca.
Entonces los judíos lo tomaron por los hombros, para castigarlo, y le gritaron, “¡Fuera de aquí, granuja! ¿Alguien sabe de dónde viene este hombre? No duda que es un malvado.”
El hombre no pudo soportar esto, de forma que gritó, “¡Fuera del tambor, mis doce secuaces, y dadle a los malditos judíos tal paliza, que lo piensen dos veces la próxima vez que quieran tomar lo del hombre honrado!”, e inmediatamente salieron los doce secuaces del tambor y comenzaron a aporrear a los judíos.
–“¡Oh, oh!” suplicaron los judíos; “oh, querido, amor nuestro, le daremos lo que nos pide, ¡sólo que paren de golpearnos! Déjenos vivir un poco más en este mundo, y le devolveremos todo.”–
–“¡Bien!” dijo el hombre, “y la próxima vez pensadlo mejor antes de engañar a la gente.” Luego gritó, “¡Al tambor, mis secuaces!” y los secuaces desaparecieron, dejando a los judíos más muertos que vivos.
Entonces devolvieron al hombre su saco y su carnero, y él regresó a casa, y pasó largo, largo tiempo antes que los judíos olvidaran la paliza de los secuaces.

El hombre entonces regresó a casa, y la esposa y los niños lo vieron desde lejos. “¡Papá regresa a casa ahora con un saco y un carnero!”, dijo la esposa, “¿qué deberemos hacer? Nos ira mal y no nos quedará nada. ¡Dios nos proteja, pobres diablos! Id a esconder todo, niños.” Entonces los niños se apuraron, pero el esposo llegó a la puerta, y dijo, “¡Abrid la puerta!”.
–“Abre la puerta tú mismo,” replicó la esposa.–
–De nuevo la obligó el esposo a abrir la puerta, pero ella no le prestó la mínima atención. El hombre estaba asombrado.
Esta broma estaba yendo demasiado lejos, de forma que el hombre le gritó a sus secuaces, “¡Secuaces, secuaces! ¡Fuera del tambor y enseñad a mi esposa a respetar a su esposo!” Entonces los secuaces saltaron del tambor, tomaron a la mujer por el mocho, y comenzaron a darle una buena paliza.
“¡Oh, mi querido, mi amado esposo!” gritó la esposa espantada, “nunca hasta el final de mis días seré de nuevo abusiva contigo. Haré lo que sea que me pidas, sólo deja de pegarme.”–
–“¿Entonces ya te llegó el mensaje?” dijo el hombre.–
–“¡Oh, si, si, buen esposo!” gritó ella.
Entonces el hombre dijo: “¡Secuaces, secuaces! ¡Id al tambor!”, y los secuaces entraron de nuevo en el tambor, dejando a la esposa más muerta que viva.
Luego, el esposo le dijo, “Mujer, tiende una tela sobre el piso.” La esposa voló como una mosca, apurándose a extender una tela sobre el piso, sin decir una palabra.
Entonces, el hombre ordenó, “¡Carnerito, carnerito, repartenos dinerito!” Y el carnerito comenzó a soltar dinero, hasta que había pilas de pilas de él.
“Recogedlo, mis hijos”, dijo el hombre, “y tú, mujer, ¡toma lo que quieras!”–Y ellos no dejaron que se los dijera dos veces.
Entonces el hombre colgó su saco de un perchero, y dijo, “¡Saco, saco, carne y bebida! ” Luego lo tomó y lo sacudió, e inmediatamente la mesa se llenó de todo tipo de vituallas y bebidas.
“Sentaos, hijos míos; y tú también, querida esposa, y todos comed hasta saciaros. Gracias a Dios, ahora no nos faltará la comida, y no deberemos trabajar por ella tampoco.”

El hombre y su esposa fueron muy felices juntos, y nunca se cansaron de agradecer al Viento.
No llevaban mucho tiempo de tener el saco y el carnero cuando ya se habían vuelto millonarios, y entonces el esposo le dijo a su mujer, “¡Te digo algo, mujer.”
–“¿Qué?” dijo ella.–
–“Invitemos a mi hermano a que venga a vernos.”–
–“Muy bien,” respondió; “invítalo, pero, ¿Crees que en verdad vendrá?”–
–“¿Porqué no debería?” preguntó su esposo. “Ahora, gracias a Dios, tenemos todo lo que queremos. No hubiera venido cuando éramos pobres y él era muy rico, pues en ese entonces se hubiese avergonzado de decir que es mi hermano, pero ahora incluso él no tiene tanto como nosotros.” Entonces se alistaron, y el hombre fue a invitar a su hermano.
El hombre pobre fue donde su hermano y dijo, “Hola a ti, hermano, ¡Que Dios sea contigo!”.
–El hermano rico estaba trillando trigo y, alzando su cabeza, se sorprendió al ver allí a su hermano, y le dijo con arrogancia, “Gracias a ti. ¡Hola a ti también!. Siéntate, hermano mío, y dinos por qué has venido con nosotros.”
–“Gracias, hermano mío. No quiero sentarme. He venido a invitaros, a ti y a tu esposa”.
–“¿Porqué?” preguntó el hermano rico.–
–El pobre dijo, “Mi esposa te ruega, y yo también te ruego, que vengáis y cenéis con nosotros por tu cortesía.”
–“¡Bien!” respondió el hermano rico, sonriendo en secreto. “Iré sin importar qué tipo de cena sea esa.”
Entonces el hermano rico fue junto a su esposa a comer donde el pobre, y ya desde muy lejos pudieron notar que el pobre ya se había vuelto rico. Y el pobre se alegró grandemente al ver a su hermano rico en su casa. Y tenía suelta la lengua, y comenzó a enseñarle todo lo que fuera que poseyera. El rico estaba asombrado que le fuera tan bien a su hermano, y le preguntó cómo se las había arreglado para realizarlo. Pero el pobre respondió, “No me preguntes, hermano, aún tengo mucho que mostrarte.”
Entonces lo llevó a sus bodegas de monedas de cobre, y le dijo, “¡Esa es mi avena, hermano!” Luego lo llevó y le mostró sus bodegas de monedas de plata, y dijo, “¡Esa es la variedad de cebada que me gusta trillar!” Y, por último, lo llevó a su bodega de monedas de oro, y le dijo, “Allí, hermano, tengo el mejor trigo que haya sembrado.”–
–Entonces el hermano rico sacudió su cabeza, no una vez, ni dos veces, y se maravilló enormemente al ver cosas tan buenas, y dijo, “¿Cómo fue que conseguiste tantas cosas tan buenas, mi hermano?”.
–“¡Oh! Tengo mucho más que eso para mostrarte aún. Sólo se tan bueno de sentarte en esa silla, y te mostraré y te contaré todo.”
Entonces todos se sentaron, y el pobre colgó su saco en el perchero. “¡Saco, saco, carne y bebida!”, gritó, e inmediatamente la mesa se cubrió con toda clase de platos. Entonces todos comieron y comieron, hasta que se llenaron hasta las orejas. Cuando habían comido y bebido hasta saciarse, el pobre hizo que el hijo trajera al pequeño carnero dentro de la jata.”
El joven trajo al carnero, y el hermano rico se preguntó qué iban a ser con él. Entonces el pobre dijo, “¡Carnerito, carnerito, danos dinerito!”, y el carnero comenzó a soltar dinero, hasta que había pilas de pilas de él sobre el suelo.
“¡Recógedlo!”, dijo el pobre al rico y a su esposa. Entonces ellos lo recogieron y el hermano rico y su esposa se maravillaron, y el rico le dijo, “Tienes una buena cantidad de cosas buenas, hermano. Si sólo tuviera algo así, no tendría carencia de nada;” entonces, tras pensarlo un buen rato, dijo, “Véndemelo, hermano mío.”
–“No,” dijo el pobre, “No te lo venderé.”–
–Tras un momento, sin embargo, el rico dijo de nuevo, “¡Ven hombre! Te daré por él seis yuntas de bueyes, un arado y una desgranadora, y un pieltre para heno, y además montones de maíz para sembrar, para que tengas mucho, pero dame el carnero y el saco.” Entonces, finalmente, se cerró el negocio. El rico se llevó el saco y el carnero, y el pobre quedó con las yuntas y todo lo demás.
Entonces el hermano pobre fue a arar durante todo el día, pero nunca abrevó a sus bueyes ni les dio nada de comer. Y al día siguiente el pobre de nuevo salió con sus bueyes, pero los encontró yaciendo sobre el suelo. Comenzó a halarlos, darles tirones, pero no se levantaron.
Entonces comenzó a golpearlos con una vara, pero ellos no emitieron ningún sonido. El hombre estaba sorprendido de ello, y corrio a su hermano, sin olvidar llevar el tambor con los secuaces.
Cuando el pobre llegó con el hermano rico, sin perder el tiempo en tocar la puerta, y dijo, “¡Hola, mi hermano!”–
–“¡Buen día para tí también!” respondió el hermano rico, “¿Porqué has venido por aquí? ¿Se ha roto tu arado, o tus bueyes han fallado? Probablemente les has dado de beber agua mala y su sangre está estancada y su carne inflamada?”–
–“¡La morriña se los llevó, si sabes a lo que me refiero!”, lloró el pobre. “Y todo lo que sé es que les di palo hasta que me dolieron los brazos, y no se movieron ni emitieron un gruñido; hasta que estuve tan enojado que los escupí, y vine a decirte. ¡Dame mi saco y mi carnero, digo, y llévate tus bueyes, pues a mi no me escuchan! ”–
–“¡Qué! ¡Devolverlos!” rugió el hermano rico. “¿Piensas que hice el intercambio por un solo día? No, yo te los di de una vez por todas, y ahora quieres deshacer todo como una cabra en una feria. No tengo dudas que ni les diste de beber ni de comer, y por eso es que no se levantan.”–
–“Yo no sé,” dijo el pobre, “¿los bueyes en verdad necesitaban comida y agua?.”–
–“¡No sabías!” chilló el rico, con tal furia que tomó al pobre por una mano y lo echó a la fuerza de su jata. “Vete,” dijo él, “y nunca más vuelvas aquí, ¡o te colgaré en la horca!”.–
–“¡Ah! ¡Qué grandes caballeros somos!” dijo el pobre; “Sólo dame lo mío y me iré.”–
–“Mejor nunca hubieras venido,” dijo el rico; “¡Ven, mueve tus patas, y vete! ¡Vete, o te golpearé!”–
–“No digas eso,” dijo el pobre, “pero devuélveme mi saco y mi carnero, y entonces me iré.”–
–A este momento el hermano rico había perdido toda calma y gritó a su esposa e hijos, “¿Porqué os quedáis parados alli viendo sin hacer nada? ¿No podéis venir a ayudarme a echar a este patán de la casa?”
Esto, sin embargo, se pasó de toda broma, de forma que el hermano pobre llamó a sus secuaces, “¡Secuaces, secuaces! ¡Fuera del tambor y dadle a este hermano mío y a su esposa tal paliza, que pensarán dos veces antes de echar a su hermano de su jata! ”
Entonces salieron los secuaces del tambor, y agarraron al hermano rico y a su esposa, y les dieron tal golpiza, hasta que el hermano rico gritó con todas sus fuerzas, “¡Oh, oh! ¡Mi hermano de verdad, toma lo que quieras, sólo déjame vivir!”, tras lo que el hermano pobre gritó a sus secuaces, “¡Secuaces, secuaces!, ¡Regresad al tambor!”, y los secuaces desaparecieron.

Entonces el pobre se llevó a su carnero y su saco, y regresó a casa con ellos. Y ellos vivieron felices paea siempre, con su esposa e hijos, y se volvieron más y más ricos. Nunca sembraron ni centeno ni trigo, y aún así tuvieron montones y montones que comer. Y yo estuve allí, y bebí aguamiel y cerveza, y lo que mi boca no podía tragar, resbalaba por mi barba.